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Xiomara Castro y la necesidad de enmendar el rumbo en Honduras

July 14, 2023 • De parte de Lucas Perelló

El 27 de enero de 2022, Xiomara Castro hizo historia al convertirse en la primera mujer en ocupar la presidencia de Honduras. Su increíble ascenso al poder, tras obtener 51.1% de los votos en una contienda que transcurrió en pleno retroceso democrático, marcó un hito a nivel regional.

Aclaración: Las opiniones expresadas en este comentario son las del autor. Este comentario es independiente de intereses políticos o nacionales específicos. Las opiniones expresadas no representan necesariamente la posición institucional de IDEA Internacional, su Junta de Asesores o su Consejo de Estados Miembros.

 

En su momento, el triunfo de Castro representó un rechazo a la conducción del país por parte del Partido Nacional (PN), después de 12 años consecutivos en el gobierno. Así, Castro llegó a personificar una apuesta por el cambio, y la esperanza de un nuevo futuro que profundizaría la democracia en Honduras.

Pero al situarse en su segundo año al mando del país, dicha esperanza se ha comenzado a desvanecer. El quiebre en la alianza que facilitó el triunfo a Castro, sumada a la creciente fuerza de facciones radicales al interior del partido gobernante, han acentuado la posición minoritaria del gobierno en el Congreso. Como suele ocurrir en estos casos, la agenda legislativa de Castro se ha estancado y la polarización va en aumento—una combinación que, en caso de no ser enmendada, augura tiempos difíciles para la frágil democracia de Honduras.

 

De oposición al gobierno

La elección de Castro fue auspiciosa para la democracia porque ocurrió tras más de una década de gobiernos conservadores y autoritarios liderados por el Partido Nacional. Durante las presidencias de Porfirio Lobo (2010-2014) y, particularmente, Juan Orlando Hernández (2014-2022), Honduras experimentó un profundo retroceso democrático, convirtiéndose en un régimen autoritario competitivo marcado por la cooptación institucional, el debilitamiento del estado de derecho, y la falta de integridad electoral. A su vez, la corrupción se desbordó, y los vínculos con el narcotráfico aumentaron, convirtiendo a Honduras en un narco-estado. Los problemas estructurales que afectan al país y causan la migración —tales como los altos niveles de pobreza, inseguridad, y falta de oportunidades económicas— fueron constantes, situación que empeoró, drásticamente, durante la pandemia de Covid-19.

Castro fue una figura clave en la articulación de la oposición durante los 12 años de declive democrático bajo el Partido Nacional. Después del golpe de estado que puso un fin al gobierno de su marido, el expresidente Manuel Zelaya (2006-2009), Castro jugó un rol fundamental en la creación del partido de izquierda, Libertad y Refundación (Libre). En 2013, Castro fue la carta presidencial de Libre. Alcanzó el segundo lugar con 28.8% de votos, poniendo fin, de esta manera, al bipartidismo que había caracterizado históricamente a Honduras. En 2017, Castro y Libre integraron una coalición que respaldó la candidatura presidencial Salvador Nasralla, un presentador de televisión de orientación ideológica de centro. Nasralla, por su parte, terminó perdiendo la contienda por un estrecho margen en medio de profundas irregularidades electorales que favorecieron al Partido Nacional.

Previo a la elección de 2021, Libre y Nasralla, quien fundó una nueva colectividad, el Partido Salvador de Honduras (PSH), tuvieron una serie de desencuentros. Parecía que la oposición hondureña estaba condenada a mantenerse divida: Libre respaldando a Castro y el PSH con Nasralla. Pero semanas antes de la elección presidencial, la cúpula de Libre, representada por Manuel Zelaya, y Nasralla, llegaron a un acuerdo para evitar la fragmentación del voto opositor que favorecía la continuidad del Partido Nacional en el poder. Dicho pacto especificó que Nasralla retiraría su candidatura para apoyar a Castro. Por su parte, Libre se comprometió a gobernar con el PSH. En caso de ganar, Nasralla se convertiría en el primer designado presidencial (o vice-presidente) y el gabinete incluiría a miembros del PSH. A su vez, el acuerdo también establecía que el PSH, a pesar de ser una fuerza minoritaria, nombraría al próximo presidente del Congreso Nacional.

La alianza entre Castro y Nasralla arrasó en las urnas. En una contienda marcada por un aumento significativo en la participación electoral, la coalición derrotó contundentemente al Partido Nacional y su abanderado, Nasry Asfura.

Una vez en el poder, Castro no desperdició el tiempo para avanzar en sus promesas de gobierno. En marzo de 2022, el Congreso, por iniciativa del gobierno, votó para derogar la polémica Ley de Secretos. Dicha ley, aprobada durante los gobiernos del Partido Nacional, fomentaba la corrupción al permitir que funcionarios gubernamentales mantuvieran bajo reserva información pública, incluyendo gastos. En abril del mismo año, el Congreso votó, unánimemente, a favor de derogar las Zonas de Empleo y Desarrollo (Zede). En teoría, las Zedes, otro proyecto promovido por el Partido Nacional, buscaban concederle una jurisdicción especial a territorios del país para atraer a inversionistas y promover el desarrollo. En la práctica, sin embargo, la iniciativa fomentaba la corrupción y atentaba en contra de la soberanía del país.

 

Un quiebre con consecuencias

A pesar del éxito inicial, Castro sufrió un profundo revés en su primer año de gobierno: el quiebre de la coalición oficialista. La luna de miel entre el partido Libre de Castro y el PSH de Nasralla fue efímera. Al poco andar del gobierno, Nasralla comenzó a criticar abiertamente a Castro, acusando que no lo estaban incorporando en la toma de decisiones gubernamentales. Las críticas fueron acrecentándose con el pasar del tiempo y, en octubre de 2022, ambas partes dieron por terminada su coalición. Castro, en un intento por mitigar el daño, optó por mantener al PSH en su gabinete, y ratificó que Libre seguiría respaldando a Luis Redondo (PSH) como presidente del Congreso. Pero el bloque legislativo del PSH, leal a Nasralla, optó por darle la espalda a su gobierno. Desde entonces, Nasralla se ha convertido en uno de los críticos más acérrimos de Castro.

La alianza entre Castro y Nasralla, con sus aciertos y desaciertos, era fundamental para la conducción del gobierno y la estabilidad democrática de Honduras. De esta forma, el quiebre ha marcado un antes y un después en el gobierno de Castro por dos motivos principales.

En primer lugar, el quiebre acentuó la posición minoritaria de Libre y, consecuentemente, de Castro, al mando del país. El triunfo de Castro fue posible, en gran parte, debido al respaldo de Nasralla. A pesar de sus aspiraciones, Libre, como partido de izquierda, nunca ha sido mayoría en Honduras. En la última elección legislativa, Libre obtuvo 50 escaños legislativos de los 128 en disputa. El PSH, en tanto, alcanzó a elegir 10 diputados. Es decir, el apoyo del PSH era esencial para impulsar la agenda legislativa del gobierno, que ya se encontraba en una posición minoritaria.

El fin de la alianza se ha traducido en el estancamiento de las iniciativas oficialistas en el Congreso. Por el momento, las grandes cambios que Castro prometió como candidata, incluyendo, notoriamente, medidas para combatir la corrupción y alcanzar una mayor redistribución a través de una reforma tributaria, no han logrado suscitar los apoyos necesarios. Castro, por su parte, buscando evitar el desplome de su popularidad, se ha visto obligada a gobernar mediante decretos y ha priorizado políticas donde el poder ejecutivo tiene mayores atribuciones, tales como la seguridad—lo que explica, en parte, la Bukelización de su administración.

En segundo lugar, la labor de Castro se ha visto dificultada por el auge de facciones radicales al interior de Libre. Si bien Libre es un partido de izquierda, en su interior han coexistido grupos moderados y radicales. Al comienzo de la administración de Castro, cuando la alianza con Nasralla aún dominaba, el gobierno tenía un perfil más moderado. Pero el quiebre con las fuerzas centristas de Nasralla terminó favoreciendo a los grupos más radicales de Libre. Dichas voces, que han logrado cuotas relevantes de poder, forman parte de una izquierda que ha sido incapaz de aprender de sus errores. Así, buscan imponer su visión en detrimento de los consensos y, al hacerlo, menoscaban la conducción del gobierno y las credenciales democráticas de Castro.

Los gobiernos minoritarias, como el de Castro tras el quiebre con el PSH, usualmente pueden elegir uno de dos caminos. El primer camino implica reconocer su posición minoritaria y profundizar el diálogo con la oposición para lograr consensos. Dicho camino, que es difícil, constituye un signo de madurez política que promueve las bases sobre las cuales se construyen las democracias. En un segundo camino, los gobiernos minoritarios hacen caso omiso de su condición y siguen pretendiendo imponer su voluntad. En lugar de promover el diálogo y los consensos, aquella postura fomenta la crisis de gobernabilidad y el funcionamiento de la democracia.

Al menos que Castro sea capaz de enmendar el rumbo de su gobierno, construyendo puentes con la oposición y favoreciendo a las voces moderadas de Libre, arriesga pasar a la historia como la presidenta que prometió grandes cambios, pero que, en definitiva, terminó decepcionando a quienes creyeron en sus promesas.

 

Este artículo fue cedido para ser publicado en el boletín Café Semanal Latam.

Acerca de los autores

Lucas Perelló
Profesor asistente de ciencia política
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