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Nuevo gobierno en El Salvador

Resultados electorales preliminares de la elección presidencial (3 de febrero de 2019) en El Salvador. Crédito: Tribunal Supremo Electoral de El Salvador.

El domingo 3 de febrero se celebraron elecciones presidenciales en El Salvador. La fórmula victoriosa—según datos preliminares—fue la de Nayib Bukele Ortez y Félix Ulloa Garay, de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana), con 53 por ciento de los votos. Vencieron de manera contundente a Carlos Calleja (31.78 por ciento), de la Alianza por un Nuevo País (Arena-PCN-PDC-DS); a Hugo Martínez (14.42 por ciento), del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y a Josúe Alvarado (0.78 por ciento), del recién creado partido Vamos. Bukele se impuso en los catorce departamentos del país, por márgenes de entre once y veinte puntos porcentuales.

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Bukele confirmó las tendencias que marcaron semana tras semana las encuestas sobre la contienda, al ganar por más de veinte puntos porcentuales de ventaja sobre Calleja; obtuvo más votos que los otros tres partidos combinados. La amplitud de su victoria hizo innecesaria la celebración de una segunda vuelta, otro elemento singular de su triunfo: todas las elecciones del llamado “súper ciclo electoral” latinoamericano (2017-2019) celebradas en países que contemplan la segunda vuelta habían precisado del mecanismo para dirimir la contienda.

Bukele, de 37 años, se presentó a las elecciones como un candidato antisistema; sin embargo, toda su carrera política la hizo bajo el cobijo de uno de los dos partidos tradicionales de El Salvador (FMLN). En 2012 fue electo alcalde de Nuevo Cuscatlán—pequeño municipio a 8.5 kilómetros de San Salvador—y en 2015 ganó la alcaldía de la capital. Bukele fue expulsado del FMLN el 10 de octubre de 2017 por faltas a los principios del partido. Acto seguido, ese mismo octubre anunció la creación del movimiento Nuevas Ideas, que buscaba ser un partido político. En junio de 2018 forjó una alianza con Cambio Democrático (centroizquierda) de cara a la elección presidencial; sin embargo, tras procesar una demanda de 2015, el Tribunal Supremo Electoral canceló el registro del partido. Bukele decidió entonces participar en la contienda interna de Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana), en la que obtuvo 91.14 por ciento de la votación.

El triunfo de Bukele supone—en línea con los resultados electorales más recientes en América Latina y en el mundo—un nuevo castigo a los partidos tradicionales—como en México y Brasil—y el fin del bipartidismo imperante en El Salvador desde hace veintiséis años a manos de un candidato antisistema más que aprovechó el enojo de la ciudadanía con la política tradicional, con la corrupción rampante de sus autoridades y la violencia e inseguridad sin freno.

Destaca como factor de explicación de la victoria el uso inteligente e intensivo que hizo Bukele de las redes sociales—recordar que es un exitoso publicista, en detrimento de los medios de comunicación habituales, con especial atención en el enojo ciudadano, sobre todo el de los jóvenes. Abandonó los modos habituales de hacer campaña, pues casi no celebró mítines, entrevistas, visitas al terreno ni debates (salvo los oficiales). Sus críticos destacan el escaso contacto con la gente, que fue reemplazado por una imagen muy bien construida y publicitada.

En cualquier caso, los desafíos que enfrenta el nuevo presidente son importantes. El Salvador es el país con la mayor tasa de homicidios del mundo, lo que mantiene a muchas comunidades en la pobreza y ha generado abundantes flujos migratorios. El desempleo y el bajo crecimiento económico completan el escenario complejo que enfrentará.

Se espera que el nuevo gobierno ofrezca resultados en un plazo relativamente corto de tiempo en el combate a la corrupción, uno de los compromisos más importantes de Bukele durante la campaña—“el dinero alcanza cuando nadie roba”, fue uno de sus lemas. Hay expectativa sobre el alcance y las competencias que tendrá la comisión contra la impunidad, cuya creación anunció hace poco, que contará con acompañamiento internacional y que se inspira en ejercicios similares en Guatemala y Honduras. El Salvador ocupa el lugar 112 de 180 en el Índice de Percepción de la Corrupción, de Transparencia Internacional. Los más escépticos cuestionan la factibilidad de esos planes bajo el argumento de que Gana—el partido que postuló a Bukele—fue fundado por el expresidente Antonio Saca—condenado a diez años de prisión por desvío y lavado de dinero—y cuenta entre sus filas con implicados en escándalos similares.

A ello se suman factores institucionales, como el conflicto potencial con el poder legislativo: la actual Asamblea Legislativa—electa en marzo de 2018—cuenta con representación mayoritaria de los partidos tradicionales (66.2 por ciento de los escaños entre Arena y el FMLN). Si bien las figuras principales en la Asamblea han reconocido la victoria de Bukele y han manifestado su disposición a colaborar con él, se auguran batallas importantes, dada la precariedad de la estructura que llevó a Bukele al poder, prescindible para ganar la elección presidencial, pero necesaria para construir mayorías parlamentarias y acuerdos.

Por último, en la política regional, es probable que los equilibrios de fuerza y las alianzas cambien: Bukele ha criticado tanto al gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua como al de Maduro, en Venezuela. Se espera que el apoyo a ambos, prodigado por los gobiernos del FMLN, se torne en distanciamiento o incluso enfrentamiento, sobre todo con Nicaragua, lo que podría agregar un elemento de tensión en la geopolítica centroamericana.

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Acerca de los autores

Ex miembro del personal - Félix Roberto Gómez Mostajo
Programme Officer
Ex miembro del personal - Miguel Angel Lara Otaola
Senior Adviser, Democracy Assessment
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