Mareas político-electorales latinoamericanas: cortas y débiles
“Marea rosa”. Este es el término de moda para describir el actual momento político-electoral en América Latina. Si Lula da Silva se impone a Jair Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones brasileñas el próximo 30 de octubre oiremos con profusión esta expresión. Para muchos analistas, el triunfo del presidente brasileño vendría a confirmar que la región se ha instalado en lo que antaño se conocía como “giro a la izquierda”.
Aclaración: Las opiniones expresadas en este comentario son las del autor. Este comentario es independiente de intereses políticos o nacionales específicos. Las opiniones expresadas no representan necesariamente la posición institucional de IDEA Internacional, su Junta de Asesores o su Consejo de Estados Miembros.
Sin embargo, cabe hacer algunas matizaciones y puntualizaciones sobre esta presunta “marea rosa”. En primer lugar, que no es una dinámica general: no se ha dado en las elecciones de Ecuador (2021) ni en las de Costa Rica o la consulta chilena (2022). Y puede que no tenga continuidad en 2023 en Argentina o en Guatemala.
En segundo lugar, hay que reflexionar sobre su duración. Evidentemente es complejo hacer predicciones y más en un momento como el actual de elevada incertidumbre. Pero esta “marea rosa”, cuyo comienzo se puede situar en 2021 con el triunfo de Pedro Castillo (aunque se encuentren antecedentes desde la victoria de López Obrador en México en 2018) se inscribe en una coyuntura temporal mucho más amplia: la del voto permanente y reiterado de castigo a los oficialismos. Se trata de un fenómeno cuyo arranque se puede situar en torno a 2015 (la victoria de Mauricio Macri en Argentina tras 12 años de kirchnerismo). Por su propia naturaleza ese voto de castigo vuelve muy cortos los periodos de hegemonía de un partido o presidente. El tiempo de la bonanza (la Década Dorada) trajo aparejado largos años de predominio del kirchnerismo en Argentina (2003-2015), del lulismo en Brasil (2002-2016), del chavismo en Venezuela (1999- ), del evismo en Bolivia (2006-2019) o del PLD en República Dominicana (2004-2020) entre otros.
En la actualidad, las mareas (de derecha entre 2015 y 2020 y de izquierdas ahora) son intensas pero breves: el electorado canaliza su malestar y frustración de expectativas por un panorama de deterioro social, económico y de seguridad castigando en cada cita electoral a quien gobierna. Por esa razón, todo apunta a que el actual ciclo de gobiernos “rosas” será breve y que, más pronto que tarde, muchos serán víctimas de lo que ahora les favorece. Ya tenemos algún ejemplo: la derrota del kirchnerismo en las legislativas de 2021 o la del gobierno de Gabriel Boric en la consulta constitucional tras solo medio año de gestión.
La nota dominante y característica de los gobiernos que salen de las citas en las urnas en América Latina desde 2015 es su debilidad.
En tercer lugar, la nota dominante y característica de los gobiernos que salen de las citas en las urnas en América Latina desde 2015 es su debilidad. Ganan al congregar una coalición negativa: reciben más un voto coyuntural y prestado que una verdadera adhesión. Cuentan con escaso apoyo en unos legislativos muy fragmentados y polarizados donde los consensos son muy reducidos o inexistentes. Y no cuentan con la paciencia ya agotada de unas sociedades golpeadas por casi una década de bajo o negativo crecimiento, aumento de la pobreza y deterioro de las expectativas. Más allá de liderazgos consolidados gracias a un caudillismo carismático (López Obrador en México), bonapartista (Nayib Bukele) o directamente dictatorial (Ortega en Nicaragua y Maduro en Venezuela) se suceden gobiernos que transitan bajo la espada de Damocles de la vacancia (Perú), la muerte cruzada (Ecuador), la disolución del pacto (Bolivia y Honduras) o de la coalición (Chile) que sostiene al mandatario.
La estabilidad de Uruguay es una rara avis de la que no gozan los gobiernos de izquierda que vienen ocupando el poder desde 2021 (Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras o Gustavo Petro en Colombia). Estos se encuentran lastrados por su reducido margen de acción: el limitado espacio fiscal producto de la crisis o la insuficiente expansión reducen la eficacia y alcance de las políticas públicas y la simbiosis de fragmentación partidaria y polarización/crispación impide alcanzar acuerdos de estado para impulsar reformas estructurales que saquen a la región de su bajo crecimiento económico y desarrollo humano.
El resultado es que América Latina se encuentra atrapada dentro de un círculo vicioso: el flujo y reflujo de unas mareas que se activan por el incremento de una frustración social que se encuentra detrás de estallidos sociales como el que barrió la región en 2019 y, sobre todo, de ese permanente voto de castigo a los oficialismos que se perfila como un nuevo normal latinoamericano.
Este artículo fue cedido para ser publicado en el boletín Café Semanal Latam.