Los grandes desafíos del COVID-19 y su impacto en la democracia
Aclaración: Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas de su autor e independientes de intereses nacionales o políticos particulares. Además, estas opiniones no representan necesariamente la posición institucional de IDEA Internacional, su Junta de Asesores o su Consejo de Estados Miembros.
Este artículo fue originalmente publicado en Swedish in Omvärlden
This commentary is available in English. Traducido del inglés por cortesía de Beatriz Charles.
La pandemia de COVID-19 hace estragos en el mundo, tanto en la salud pública como en la economía. En su alboroto, también le está pasando factura a la democracia, con los gobiernos imponiendo restricciones a las libertades civiles y algunos utilizando la crisis de salud como una excusa para reforzar su control sobre el poder. La crisis económica después de la crisis de salud puede aumentar la frustración ciudadana, lo que llevará a una mayor inestabilidad política. Pero también puede proporcionar un caldo de cultivo para demandas de democratización en regímenes autoritarios y abrir vías políticas.
Habrá un mundo antes y otro después del COVID-19. Porque una cosa es segura: no volverá a ser el mismo. COVID-19 está reestructurando el orden mundial en más formas de las que podemos alcanzar a comprender y todo mientras aún nos encontramos en medio de la pandemia. La respuesta mundial a esta crisis, los profundos efectos en las economías globalizadas y su impacto en la democracia, son algunos ejemplos.
Todos los países se verán fuertemente afectados, lo sabemos. Son, sin embargo, los más pobres los que sufrirán en mayor medida debido a la vulnerabilidad de sus economías, sus sistemas de salud escasamente financiados y las frágiles redes de seguridad social. Por si fuera poco, cada vez se escuchan más voces que advierten sobre los efectos potencialmente devastadores de la crisis del COVID-19 para la democracia.
Si bien razones sobran para estar alarmados, vale la pena analizar dónde sonarán con más fuerza estas campanas de alerta en unos cuantos meses (esperemos) cuando la crisis de salud haya pasado.
En su intento por desacelerar la propagación del virus, la mayoría de los países están imponiendo medidas draconianas, con frecuencia a expensas de derechos democráticos fundamentales. En democracias maduras, las libertades que han mermado más son las relacionadas con la libre circulación de personas y el derecho a reunirse en grupos. Cuando tales medidas se imponen en democracias consolidadas como las de Francia, Noruega o Dinamarca, las decisiones se examinan mediante procesos consensuados, definidos por instituciones democráticas bien establecidas y con plazos claramente determinados. En estos países, cuando la pandemia haya disminuido y el orden democrático vuelva a la normalidad, se levantarán las restricciones a las libertades. Sin embargo, incluso algunas de esas democracias maduras –pero lejanas de la perfección– ya enfrentaban desafíos sociales antes de la crisis, como el movimiento de los chalecos amarillos en Francia. Estos conflictos probablemente se agravarán ante una recesión económica inminente. Sin embargo, cuando las cosas retornen a la normalidad, se permitirá nuevamente a los ciudadanos expresar sus frustraciones y manifestarse a través de canales democráticos como protestas, elecciones y medios de comunicación libres.
En democracias más jóvenes como Chile, o más frágiles como Irak, Líbano o Haití, los desafíos serán mayores. Muchos de estos países tienen sistemas económicos y políticos menos resistentes, altos niveles de desigualdad y, a menudo, redes de seguridad social y servicios públicos débiles. Por si fuera poco, ya desde antes de la pandemia enfrentaban una tensión severa, crisis de legitimidad y protestas populares masivas. Es probable que en un contexto de recesión económica mundial estas frustraciones sociales se agraven aún más y conduzcan al descontento y a la combustión social, incluso si se restauran las libertades políticas básicas.
De acuerdo al Informe de 2019 del Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA, por sus siglas en inglés) Informe Sobre el Estado Global de la Democracia 2019 los países en los que se ha identificado un retroceso democrático (Hungría, Turquía, Polonia, India y Filipinas) la crisis por la pandemia puede llevar a una profundización de esta tendencia. En estos lugares, las recientes restricciones pueden agudizar el debilitamiento de las instituciones democráticas ya de por sí atacadas, como el parlamento, los partidos de oposición, los tribunales y los medios de comunicación. En Hungría, las recientes medidas permiten el encarcelamiento de hasta cinco años para los periodistas que difundan información falsa sobre el virus. El Primer Ministro Orban, que ha estado reforzando su control del poder durante los últimos diez años, puede haber puesto el último clavo en el ataúd de la democracia de Hungría, utilizando su supermayoría en el parlamento para permitirle gobernar por decreto indefinidamente.
En regímenes autoritarios absolutos, sin embargo, el péndulo puede oscilar en ambos sentidos. A corto plazo, muchos de estos regímenes han impuesto medidas aún más extremas, aprobadas por gobiernos unipartidistas, sin oposición real, las cuales incluyen, por ejemplo, la ampliación del uso de mecanismos de vigilancia ciudadana para rastrear la epidemia y al mismo tiempo expulsar a periodistas extranjeros.
Sin embargo, la historia nos muestra también que las crisis económicas pueden proporcionar un fértil caldo de cultivo para las demandas de democratización en regímenes autoritarios profundamente arraigados. Este fue el caso, por ejemplo, en Indonesia en 1999 y Túnez en 2011.
Si bien China ha mantenido un control firme sobre el poder y ha sellado hasta ahora cualquier aspiracion democrática, ha sido capaz de hacerlo a través de un sistema económico que ha llevado al país de un nivel de ingresos medio bajo a medio alto en menos de dos décadas. Si ese sistema económico comienza a estancarse, pudiera ser que los ciudadanos no estén tan dispuestos a aceptar las reglas políticas del juego y volteen a ver a sus pares en Hong Kong como una inspiración.
En Irán, las frustraciones sociales ya eran altas antes de la crisis y varias protestas sacudieron al régimen en 2019, aunque el régimen se apresuró a reprimir la disidencia. Es probable que el gobierno haya perdido aún más legitimidad durante la crisis del COVID-19 con los efectos devastadores de la pandemia. Las protestas podrían aparecer nuevamente bajo un régimen debilitado enfrentando una crisis económica.
En las democracias electorales encabezadas por líderes políticos con tendencias autoritarias, la historia podría ser otra. El manejo de la crisis que han hecho líderes como el Presidente Trump en los Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Narendra Modi en la India podría no resistir el escrutinio popular. Si bien estos lideres han mostrado desprecio a los medios de comunicación libres y críticos, y en los dos últimos casos, a una sociedad civil libre, todos dependen del apoyo electoral para mantenerse en el poder. Y al menos en el caso de los Estados Unidos, el apoyo para el Presidente Trump depende en gran medida de una economía sólida. Una recesión económica mundial probablemente hará que se tambalee una base importante de su apoyo electoral. Mientras que sus posiciones se basan en procesos electorales libres, estos líderes estarán sujetos al juicio severo de los votantes.
Así que maticemos el debate sobre la democracia en el contexto de la crisis del coronavirus y mantengámonos alerta durante y después de la crisis. No nos olvidemos de la democracia una vez que la crisis de salud sea reemplazada por una crisis económica. La recuperación requerirá no solo economías saludables, sino también democracias saludables. Sociedades en las que los ciudadanos pueden expresar sus ideas y frustraciones, elegir a sus líderes, escudriñar el poder y, en última instancia, hacer sonar las alarmas, sin restricciones ni temor a represalias, cuando se avecine la próxima pandemia.