El estado de la democracia en América Latina y el Caribe
Michelle Bachelet, expresidenta de Chile:
En este encuentro, aunque tenemos respuestas a algunas cosas debido a nuestra experiencia, la idea principal es generar una respuesta compartida desde nuestras experiencias como expresidentes y reflexionar sobre cuáles son las estrategias más adecuadas para enfrentar el retroceso democrático. Es fundamental unir el diagnóstico con la acción para fortalecer las instituciones democráticas.
Uno de los desafíos más grandes es la irrupción de la extrema derecha en nuestra región, un fenómeno que hemos observado en países como Argentina, Brasil y Chile. Un estudio comparativo realizado por Cristóbal Rovira describe a quiénes apoyan a la extrema derecha y quiénes no. La buena noticia es que, la mayoría todavía valora los principios democráticos, lo cual es alentador. Sin embargo, también se ha observado una preocupante tendencia entre los jóvenes, quienes muestran preferencia por un gobierno autoritario pero eficiente, en lugar de uno democrático que no logre resolver los problemas.
El Latino barómetro del 2020 indicó que un 13% de los ciudadanos de la región preferiría un gobierno eficiente, aunque fuera autoritario. Es necesario recordar que, aunque la democracia no es perfecta, incluye mecanismos para corregir sus falencias. Estoy convencida de que es el único sistema que puede mantener la paz y garantizar un desarrollo inclusivo, sostenible y respetuoso de los derechos humanos.
Durante mi tiempo como Alta Comisionada de Derechos Humanos, entre 2018 y 2019, observé protestas en más de 80 países. Estas protestas se dieron por diversas razones como la crisis económica, el desempleo y la corrupción. En algunos casos, líderes elegidos democráticamente alteraron las constituciones para perpetuarse en el poder, lo que generó desconfianza en la democracia y el sistema económico.
Uno de los grandes problemas actuales es la creciente desigualdad, tanto entre los ricos y los pobres dentro de un país como entre las naciones. Este fenómeno fue aún más evidente durante la pandemia, la cual expuso la desigualdad estructural, afectando de manera desproporcionada a grupos históricamente marginados como mujeres, niños, adultos mayores, personas con discapacidad, migrantes y comunidades rurales.
Es fundamental que nuestras políticas públicas sean más inclusivas y aborden las necesidades específicas de estos grupos. Las políticas que no consideren las particularidades de estas poblaciones estarán destinadas a fallar. La democracia solo se consolidará si logra resolver los problemas cotidianos de las personas.
Además, la irrupción de líderes autoritarios, elegidos democráticamente, está erosionando las instituciones. Hemos visto como, una vez en el poder, cierran parlamentos, destituyen jueces y atacan a fiscales que luchan contra la corrupción. Este tipo de liderazgo populista es una amenaza para la estabilidad democrática, ya que las personas comienzan a dudar de la capacidad de la democracia para entregar resultados.
Finalmente, me gustaría resaltar que la defensa de la democracia es responsabilidad de todos. Es vital que los líderes democráticos fortalezcan y protejan nuestras instituciones con mayor ímpetu que aquellos que buscan debilitarlas. También es esencial que los políticos cumplan lo que prometen y establezcan un diálogo real con los ciudadanos.
La reciente cumbre organizada por los presidentes de Brasil y España contra el extremismo fue un paso importante en la defensa de la democracia. En este evento participaron líderes de varios países, y el presidente [de Chile] Gabriel Boric expresó su intención de realizar una cumbre similar en Chile, el próximo año.
La democracia, aunque imperfecta, sigue siendo el mejor sistema que tenemos. Ante las amenazas del autoritarismo, debemos mantenernos unidos en su defensa y trabajar en corregir sus fallas para que siga siendo un sistema incluyente y protector de los derechos humanos.
Luis Guillermo Solís, expresidente de Costa Rica:
Quiero comenzar agradeciendo a todos los compañeros y compañeras que han participado en esta conferencia y a los equipos que han trabajado tan arduamente para hacer posible este evento. A menudo no somos conscientes de todo lo que hacen para garantizar el buen desarrollo de estas actividades. También agradezco al señor secretario [de la Presidencia de Guatemala] por las ideas compartidas durante la jornada.
Después de escuchar la magnífica presentación de la presidenta Bachelet y sabiendo que Francisco hablará pronto, uno podría pensar que no hay mucho más que añadir. Sin embargo, me gustaría aportar algunas provocaciones para que podamos profundizar en esta temática.
El secretario de la presidencia mencionó algo que considero absolutamente cierto: el debilitamiento de la democracia no es un fenómeno nuevo, comenzó hace unos 40 años. Este ha sido un proceso gradual y sostenido que ha contribuido a la desarticulación del Estado. Aunque no soy de los que echan la culpa de todo al neoliberalismo, si creo que el debilitamiento institucional es un tema del que no podemos evitar hablar. Donde la democracia ha resistido mejor es en aquellos lugares donde las instituciones son más fuertes, no solo en términos de estructura, sino también en lo simbólico.
Uno de los principales problemas que enfrentan nuestras democracias es la percepción de que el Estado no es capaz de resolver las demandas de la ciudadanía. Este es un problema que afecta desde los asuntos más cotidianos, como el mal estado de las calles, hasta cuestiones más estructurales como la pobreza, la exclusión y la desigualdad. La corrupción, en todas sus manifestaciones, es otro factor crucial que mina la confianza de la población en el sistema político. En algunos casos, esta corrupción está vinculada al crimen organizado, lo que añade un nivel de complejidad y peligro a la situación.
A menudo cito a mi maestro admirado, Edelberto Torres Rivas, quien sostenía que la democracia tiene dos caras. Por un lado, la legitimidad del mandato, lo cual está relacionado con elecciones, participación e inclusión. Por el otro, está la capacidad de la democracia para producir resultados que atiendan las demandas de la gente. La falta de resolución de los problemas cotidianos es una de las razones principales por las que la ciudadanía pierde la confianza en el sistema.
Además, quiero destacar el debilitamiento de las ideologías. Las ideologías han perdido relevancia en el debate político y académico, siendo reemplazadas por causas específicas. Esto ha generado una falta de coherencia en las respuestas a las crisis sociales. Los partidos políticos, que son esenciales para el funcionamiento de la democracia, también han sido debilitados. Aunque algunos no creen que sean insustituibles, creo que no hay otra entidad que pueda asumir su función de representar y canalizar las diversas ideologías dentro de nuestras sociedades.
El populismo se alimenta precisamente de la ausencia de ideologías. Los populistas no necesitan una coherencia ideológica; lo que hacen es culpar a los gobiernos anteriores de todos los males y ofrecer soluciones simplistas a problemas complejos. Este fenómeno, junto con la falta de conocimiento sobre los elementos básicos de la democracia, como las funciones de los distintos poderes del Estado, agrava aún más la situación.
Me parece fundamental resaltar el papel del poder judicial en la defensa de la democracia. Si bien todos los poderes son responsables, el poder judicial tiene un rol clave en resistir los embates populistas y autoritarios. La presidenta Bachelet también mencionó un tema que no hemos abordado lo suficiente: la inteligencia artificial y su impacto en la política. Si no regulamos su uso, corremos el riesgo de que la política se degrade aún más, con la desinformación y las noticias falsas incrementadas por el uso de tecnologías avanzadas.
Quisiera terminar con dos reflexiones finales. En primer lugar, debemos hacer una autocrítica. Uno de los problemas que enfrenta la democracia es que muchas de las críticas que se le hacen son ciertas. La corrupción, la desigualdad, los privilegios y la falta de justicia son problemas reales que debemos enfrentar de manera integral si queremos combatir el populismo con éxito.
En segundo lugar, quiero hablar sobre las migraciones. Me parece que hay una gran hipocresía en esta discusión, especialmente en los países receptores. Las personas no emigran por elección, sino que son expulsadas de sus países por razones como la pobreza o la guerra. A pesar de esto, cuando llegan a los países de destino, contribuyen enormemente a las economías locales mediante su trabajo y las remesas que envían a sus países de origen. Sin embargo, a menudo [la población migrante] son maltratados y estigmatizados como terroristas o delincuentes. Este es un tema que merece ser tratado con más fuerza y compasión.
Francisco Sagasti, expresidente de Perú:
Muchas gracias. Primero debo hacer una confesión y pedir disculpas: olvidé mi varita mágica. Con ella habría podido responder a todas las preguntas planteadas. Dado que no la tengo aquí, intentaré añadir algunos elementos adicionales y sugerir posibles respuestas.
En primer lugar, el deterioro de las democracias en América Latina y el Caribe debe entenderse en el contexto de un cambio global profundo. No estamos viviendo en una situación normal, el mundo está experimentando una transformación de época. Aunque no hay tiempo para entrar en detalles, quisiera mencionar que los 500 años del "programa baconiano" [en referencia a Francis Bacon, quien planteó que debíamos dominar la naturaleza mediante el conocimiento] han llegado a su fin. Durante siglos este enfoque funcionó bien mientras la escala de las actividades humanas no comprometiera la capacidad de regeneración de los ecosistemas que sostienen la vida humana. Sin embargo, ahora estamos en un contexto diferente, aunque algunos aún se aferran a esa forma de pensar.
El cambio climático, la inteligencia artificial, la ingeniería genética y otros avances tecnológicos han generado un impacto profundo en todos los ámbitos de la actividad humana. Ya no podemos ver el crecimiento económico ni el progreso de la misma manera que antes. Estamos en un mundo radicalmente transformado, y esta transformación está afectando tanto las relaciones internacionales como nuestras democracias.
Un ejemplo claro de este cambio es China. En 1984 participé de la primera reunión entre el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de China y la Federación Internacional de Institutos de Estudios Avanzados. En aquel entonces, China apenas comenzaba su desarrollo tecnológico. Ahora, 40 años después, se ha convertido en una de las principales potencias mundiales, exportando el 30% de las manufacturas globales y liderando en términos de publicaciones científicas. Este rápido avance demuestra el poder de la ciencia y el conocimiento.
Este nuevo mundo afecta especialmente a los jóvenes. Son nativos digitales en un entorno ecológicamente amenazado, con economías que no promueven el bienestar común y donde el cambio tecnológico exponencial puede alterar la sociedad según el capricho de una clase de multimillonarios. Los jóvenes deben concebir un futuro para sí mismos en una sociedad que parece delirante y desmoronada.
En términos de democracia, uno de los temas clave es la creciente influencia de China en América Latina. La relación de nuestra región con China ha cambiado profundamente en los últimos 20 o 30 años, afectando tanto el comercio como las inversiones. Sin embargo, no debemos ignorar las implicaciones de esta relación. China cuestiona los grandes valores de occidente, como la democracia, y promueve un modelo autoritario que desafía el sistema internacional actual.
Otra fuerza que está alterando la democracia son las grandes empresas tecnológicas que están adquiriendo un poder que rivaliza con el de los Estados. Estas empresas negocian de igual a igual con los gobiernos y, en algunos casos, imponen su voluntad, como hemos visto recientemente con Twitter [actual X] en Brasil. El poder que acumulan estas plataformas es un desafío para la gobernabilidad democrática.
Además, las interferencias externas están afectando nuestros procesos democráticos. No solo son los actores internos quienes influyen en las elecciones, sino que también hay actores externos, como los "trolls", que buscan favorecer a regímenes autoritarios para sus propios intereses.
Finalmente, quiero señalar que las autocracias tienen un problema grave: son incapaces de adaptarse. En un mundo de cambios acelerados, la capacidad de adaptación es clave para la supervivencia a largo plazo. Los regímenes autoritarios que no toleran la crítica ni el disenso acaban aislándose y, finalmente, colapsando.
En resumen, creo firmemente que la democracia puede renovarse. La democracia ha evolucionado durante los últimos 2,500 años y creo que puede hacerlo de nuevo en este contexto cambiante. Para lograrlo, necesitamos nuevos estilos de liderazgo, procesos de aprendizaje social más rápidos y, sobre todo, restaurar la confianza. La confianza es esencial para cualquier forma de acción colectiva, y en nuestra región es la más baja del mundo. Solo el 8% de la población confía en personas que no conoce. Sin confianza, no podemos construir ni democracia ni ningún otro tipo de cooperación social.
Para construir confianza debemos empezar por dar confianza a los demás, trabajar en equipo, cumplir nuestras promesas y reconocer y corregir nuestros errores. La renovación de la democracia comienza con la transformación personal de cada uno de nosotros.