Elecciones presidenciales latinoamericanas en 2023
Paraguay ha ratificado su singularidad, alejándose de las tendencias recientes en América Latina. En efecto, el oficialista Partido Colorado retuvo el poder, ajeno a la ola tan adversa para los gobiernos; aún más, sumó la séptima victoria en ocho contiendas desde el retorno a la democracia, una marca no alcanzada por ningún otro partido. En otras palabras, lo rutinario en Paraguay constituye una excepcionalidad en la región. Para ese logro, le bastó al Partido Colorado movilizar una base leal y disciplinada -apenas aumentó sus votos con respecto a las primarias- y enfrentar una oposición dividida. Así ungió a su presidente más joven del período democrático, el economista Santiago Peña, delfín del expresidente Horacio Cartes, jefe de la fracción mayoritaria del Partido Colorado, y logró una cómoda mayoría legislativa.
El resultado de Guatemala fue más conforme a las líneas predominantes. El gobierno encajó una derrota severa, excluido de la segunda vuelta y la participación descendió levemente con respecto a los comicios precedentes. El electorado barajó las cartas hasta el último momento y se decantó por Bernardo Arévalo, un candidato que las encuestas apenas tenían en su radar. Tras alcanzar inesperadamente la segunda vuelta, se impuso con holgura en la ronda decisiva cuando apareció claro que las estructuras de poder deseaban impedirle competir. Allí radicó el meollo de un enturbiado proceso, sometido a una inusitada presión desde esferas de poder fáctico, aliadas con instancias jurisdiccionales y con el gobierno, menos para promover la débil candidatura oficialista que para excluir candidaturas juzgadas amenazantes para el statu quo. Esa arremetida colocó los reflectores internacionales sobre la segunda vuelta en la cual el Tribunal Supremo Electoral, respaldado por la comunidad internacional y la movilización social, mantuvo la postulación y la victoria de Arévalo contra los intentos por descarrilarla judicialmente. Empero, la ruta hasta la posesión luce aún empinada y la futura gestión enfrentará numerosos retos.
Ecuador también mezcló tendencias regionales con singularidades inquietantes. Con una débil gobernabilidad, el presidente Lasso quedó acorralado por la convergencia de oposiciones y ante la inminencia de un juicio político de destitución, estrenó el mecanismo denominado popularmente “muerte cruzada”: disolver la Asamblea y convocar una elección general que también recorta su mandato. El frágil oficialismo no alineó una candidatura presidencial y la disputa se articuló alrededor del antagonismo dominante desde hace casi dos décadas: el polo del expresidente Rafael Correa y otro, opuesto, pero fragmentado, heterogéneo y sin líder permanente. Como en 2021, el correísmo ganó la primera vuelta gracias a un sólido voto duro y fue superado en la segunda, ahora por el joven Daniel Noboa, que irrumpió en la recta final de la campaña. La sombría novedad fue la impronta creciente del crimen organizado en la vida colectiva, perceptible en la franja costera. El símbolo fue el asesinato por sicarios del candidato presidencial Fernando Villavicencio, sin que las investigaciones arrojen precisión sobre el comanditario o las razones del crimen.
Argentina cerró la agenda de 2023, golpeada por la inflación, la devaluación del peso, la crisis económica y el agravamiento de la pobreza. En una carrera atípica, la candidatura de Javier Milei, antisistema, confrontativa y provocadora desarregló las pautas tradicionales del enfrentamiento entre el peronismo y el antiperonismo, Tras imponerse en las primarias de voto obligatorio, en la presidencial alcanzó la segunda vuelta, si bien superado por el ministro de economía, el peronista Sergio Massa. Revirtió la desventaja en la ronda decisiva, recuperando la mayoría de los votos conservadores que había respaldado a Patricia Bullrich en la ronda inicial. La contienda tuvo rasgos cada vez más comunes en los procesos electorales de la región: derrota del oficialismo; polarización sociopolítica, agravada por el ambiente agresivo en las redes sociales; ataques para deslegitimar el resultado electoral, aun sin evidencias (aunque, en el caso argentino, ellos no escalaron).
"Los resultados de 2023 confirmaron que el supuesto giro a la izquierda es, en realidad, el rechazo a los oficialismos, independientemente de su línea."
Lo habitual era la reelección presidencial; desde 2019 los vientos soplan en contra de los presidentes y sus partidos, impulsados por la desilusión. Los votantes están frustrados con la economía, brutalmente frenada por la pandemia y con una recuperación titubeante. La crisis deterioró los indicadores sociales, se ensañó con los sectores de menos recursos y amenazó las posiciones de las clases medias frágiles. La difícil gestión del Estado en esa coyuntura mermó el crédito de los políticos, en especial de quienes gobiernan, y peor cuando estallaron escándalos de corrupción. En esas dificultades, la democracia ha perdido lustre ante los ojos de segmentos cada vez más numerosos, en particular juveniles.
Si los electores no hallan una alternativa satisfactoria en las ofertas habituales del sistema político, se vuelcan hacia líderes u organizaciones que nunca gobernaron, incluso con trayectorias breves, y que prometen cambios significativos o, simplemente, desplazar a la impopular “clase política”. Estas tendencias se ponen en juego en los comicios de 2024, ninguno de los cuales luce despejado.