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El “Talón de Aquiles” de América Latina: Una entrevista con la experta Dra. Dinorah Azpuru, sobre el estado de derecho, democracia y educación democrática en la región

Credito: Tingey Injury Law Firm, 2020. @Unsplash

Los índices sobre el Estado Global de la Democracia de IDEA Internacional muestran poco crecimiento democrático en América Latina. Los datos más recientes indican que Estado de Derecho es un área de particular preocupación. 

Para entender mejor lo que muestran los datos, hablamos con la académica y experta Dra. Dinorah Azpuru. La Dra. Azpuru es Profesora de Ciencia Política en la Universidad Estatal de Wichita (Kansas, Estados Unidos), y recientemente publicó el libro Explicando el apoyo al populismo en América Latina contemporánea. Parte del análisis de la Dra. Azpuru ha sido publicado en la página regional sobre las Américas del “Democracy Tracker”.

¿Por qué considera que América Latina es particularmente vulnerable a retrocesos en Estado de Derecho? ¿Cómo contribuye la inseguridad a retrocesos en otros aspectos de Estado de Derecho?

Se podría decir que el estado de derecho es el “Talón de Aquiles” de América Latina, pero es importante hacer un análisis caso por caso. Las tres democracias liberales de la región, Chile, Costa Rica y Uruguay, continúan teniendo un desempeño sólido, con una puntuación de 0,72 en 2023 según los índices y el mapa interactivo de IDEA Internacional. En estos países las leyes son ejecutadas de una manera más consistente, incluidas las que combaten la corrupción. La mayoría de los países de la región Latinoamericana tienen un desempeño de rango medio. En el otro extremo está Haití, un Estado frágil con problemas muy profundos, Cuba, Nicaragua y Venezuela.  

El declive del estado de Derecho puede estar ocurriendo porque los políticos con tendencias autoritarias han aprendido a cooptar las instituciones, especialmente el sistema de justicia. En Guatemala, el impacto negativo de esa cooptación en la democracia ha sido enorme. El presidente Nayib Bukele también ha cooptado las instituciones judiciales en El Salvador, pero con la ventaja de tener altos niveles de apoyo público. Nicaragua es un caso alarmante porque allí ya no existen instituciones independientes; todas están alineadas con el presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo y lo que ellos dicen es ley.

La seguridad, por otra parte, es un tema cada vez más importante en América del Sur. Aunque siempre ha habido inseguridad, Ecuador era un país relativamente seguro en comparación con Centroamérica, hasta hace unos años. La inseguridad era un grave problema en Guatemala, El Salvador, Honduras y, hasta cierto punto, México. Pero ahora, el tráfico de drogas a gran escala y el menudeo han penetrado en otros países, e incluso el consumo ha aumentado. Esto ha provocado más inseguridad y en general la gente se siente más insegura que ha|ce unos años. 

En todos los países de la región la inseguridad real o percibida ha ido aumentando exponencialmente y las instituciones no han podido responder adecuadamente. Esto afecta la legitimidad de los gobiernos electos en varios países. Más aún, afecta a la democracia en general.

Algunos desarrollos recientes en la región parecerían indicar que en algunos países las personas están dispuestas a sacrificar algunos derechos a cambio de bienes públicos como seguridad. ¿Qué nos dice esto sobre la democracia en Latinoamérica? 

No estoy segura de que “sacrificar” sea la palabra correcta. En El Salvador la situación de seguridad antes de Bukele era pésima, lo que dificultaba el ejercicio de derechos políticos.  Las encuestas sobre Bukele, uno de los casos de estudio de mi libro, revelan que la gente lo apoya, pero no sólo por cuestiones de seguridad. La seguridad fue la “puerta de entrada” a través de la cual él se acercó a la población. Pero cuando uno desglosa los índices de aprobación de Bukele, puede ver que la gente cree que está haciendo las cosas bien, que está controlando la corrupción, manejando bien la economía y la pobreza, invirtiendo bien el dinero y siendo eficaz. Ya sea la realidad o lo que promueve en sus redes sociales, la gente le cree. Su actuación es bien vista por la ciudadanía, más allá de la seguridad. Sin embargo, esto ha ido acompañado de la autocratización del país. Es posible que Bukele no pueda mantener este nivel de aprobación en el futuro, pero varios presidentes populistas en Latinoamérica han podido mantener altos niveles de popularidad por muchos años. 

En general la población de América Latina apoya la democracia. Con esto me refiero al concepto difuso de democracia (la idea de que la democracia es mejor que cualquier otra cosa), aunque el apoyo se ha estancado, según LAPOP (el Barómetro de las Américas de la Universidad de Vanderbilt). En contraste, los latinoamericanos expresan poca satisfacción con la democracia, excepto en los países gobernados por presidentes populistas.  No hay que confundir la satisfacción con la democracia con el buen desempeño democrático. La ciudadanía está satisfecha con la democracia por razones equivocadas: asocian su satisfacción con la aprobación de los líderes populistas, incluso si actúan de manera antidemocrática. 

En la investigación para mi libro encontré que los ciudadanos que aprueban a su presidente populista frecuentemente creen que el presidente debería poder limitar a la oposición y cerrar el Congreso en caso de crisis. Eso es totalmente antidemocrático. Desafortunadamente, todavía existen valores de cultura política autoritaria profundamente arraigados en Latinoamérica, y muchas personas tienden, erróneamente, a ver la democracia simplemente como la elección libre de un presidente y están dispuestas a darle un cheque en blanco siempre que resuelva los problemas. La democracia delegativa que Guillermo O’Donnell describía hace muchos años, todavía prevalece hoy día, especialmente en países gobernados por populistas.

Algunas encuestas muestran insatisfacción con la democracia en América Latina. No obstante, los datos del GSoD indican un desempeño estable (de rango medio y alto) en la categoría de Participación. ¿A qué se debe esto? ¿Es una señal de esperanza?

La satisfacción con la democracia no debería estar necesariamente asociada con la participación. Son categorías independientes. Como expliqué anteriormente, los ciudadanos de países gobernados por populistas están típicamente más satisfechos con la democracia.

En los últimos años hemos visto más protestas, más gente saliendo a las calles y mayor organización. En algunos casos, como Chile, al menos la gente ha visto que la democracia representativa es una válvula para expresarse. En otros ha habido más represión y participan ciertos grupos, pero otros no. 

Robert Dahl, quien es considerado por muchos académicos como el padre de la democracia moderna tal como la conocemos, dijo que la participación es crucial. Y lo es: la participación electoral, la participación en los grupos, la sociedad civil, etc. es imprescindible. Las personas que se involucran y participan políticamente pueden hacerlo porque rechazan la corrupción o la inseguridad. Pero no todas las formas de participación son positivas: algunas personas participan políticamente porque apoyan ciegamente a un líder con credenciales antidemocráticas. En muchos países, incluso en Europa o Estados Unidos, ahora participan muchas personas que nunca habían participado en política, pero no necesariamente votan por candidatos o partidos con credenciales democráticas y algunas personas participan de forma no democrática. Por eso la educación democrática es clave para que la gente comprenda que la democracia es mucho más que elegir un presidente.

En resumen, la participación es sumamente importante, pero no debe idealizarse. 

¿Alguna otra tendencia que encuentre notable? 

Uno de los problemas de la democracia en América Latina hoy es la falta de tolerancia. Democracia significa negociación, encontrar puntos en común o puntos de encuentro. En la práctica, significa que las personas (especialmente los representantes electos) deben negociar con otros que tienen ideas diferentes. Sin embargo, la idea de negociar a menudo se ve con malos ojos entre los ciudadanos latinoamericanos.

De hecho, uno de los hallazgos de LAPOP es que la tolerancia hacia las diferentes opiniones ha disminuido.

La intolerancia puede estar relacionada con cuestiones como las políticas económicas o las políticas de seguridad. Pero en América Latina también ha surgido intolerancia respecto de otros temas y cuestiones culturales muy delicadas como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo o incluso el feminismo. 

Creo que la educación democrática es el camino para corregir esta situación porque implica saber escuchar a las personas que no piensan como uno. Pero la tarea va más allá de los ciudadanos individuales: las organizaciones que creen en la democracia deben intentar promover el diálogo y la tolerancia. No sólo las organizaciones políticas, sino también la sociedad civil, grupos religiosos, empresariales, medios de comunicación tradicionales, y cualquier grupo que se preocupe por la democracia y crea que es el mejor sistema para su país.

 

Nota: esta entrevista ha sido editada por razones de extensión y claridad.
Las opiniones expresadas en este comentario son las de su autora y no necesariamente representan la posición institucional de IDEA Internacional, su Junta de Asesores o su Consejo de Estados Miembros.


 

 

 

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Dra. Dinorah Azpuru
Dra. Dinorah Azpuru
Profesora de ciencia política
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